LA CAÍDA EN EL VACÍO

José Jiménez

 

         En el mundo de hoy todos experimentamos a diario la sensación de que la vida transcurre con un ritmo desenfrenado, y en no pocas ocasiones de forma caótica. Nos sentimos desbordados, arrastrados por un flujo de acontecimientos que no somos plenamente capaces de controlar, y que llevan a una curiosa expansión de la sensación de vértigo , más allá de su sentido fisiológico original de trastorno asociado con síntomas de mareo, ansiedad y pérdida de equilibrio. Pero, digámoslo ya de entrada, para el ser humano hay algo constitutivo en esa derivación no fisiológica del vértigo, en su generalización como experiencia de caída , algo que tiene que ver con la propia estructura del deseo , con su carácter nunca plenamente realizable .

         Patrick Mimran ha concebido una intensa propuesta plástica, que tiene como soportes el vídeo y las fotografías de gran formato, y centrada en esa fuerza expansiva del vértigo. Las piezas de Mimran deslizan ante nuestros ojos una experiencia de descontrol, de caída libre . Actúan como una especie de eco del flujo incesante de imágenes que nos acompaña y se introduce en nuestras vidas, querámoslo o no, y que tiene sus dos polos más intensos en el sexo y el consumo. El hilo del deseo establece el nexo de unión de la circularidad difusa que hay entre esos dos polos. A la vez que un campo autoritario de control e interferencia, en el que actúan las distintas instancias de poder, tiende a reprimir los aspectos transgresores del deseo, su configuración como vértigo , para llevarlo a un plano banal y de sometimiento.

         Mimran pone en relación, a través de sus imágenes, la experiencia del vértigo con la idea de la atracción física entre los sexos, con la dualidad hombre-mujer. En definitiva, con el sexo y sus prohibiciones en el seno de la sociedad. Pero el vértigo se ilustra en ellas también aludiendo al papel que el dinero desempeña como forma de seducción. O insinuando la mentalidad autosatisfecha de las clases medias, hipnotizadas en el espejo de la televisión y demás canales de comunicación, utilizando de forma alegórica las figuras de las vacas que apaciblemente pacen en el prado.

         Pero si algo caracteriza de modo central la propuesta de Mimran es un sentido de caída , de deslizamiento : caída del cuerpo en el sexo, caída incontenible del psiquismo en el vacío. Vértigo . En un universo abigarrado, configurado por los colores del artificio, a la vez protector y aislante: las píldoras, los preservativos rojos o rosados, la jeringuilla-cohete de plástico llena de cuerpos. Y por los ruidos y formas fugaces que jalonan la imperiosa incitación de nuestro tiempo a la velocidad y al consumo. Que, casi insensiblemente, se sitúan como telón de fondo de nuestra percepción, y que de tanto oírlos y verlos ya casi no los oímos ni vemos: motores, sirenas, avisos, publicidad, comunicaciones espaciales... Vértigo .

         El carácter incolmable del deseo, su desmesura frente a la pequeñez del individuo, que sin embargo vive continuamente espoleado por su aguijón, se resuelve en el contraste de las figuritas que caen sin cesar, signos en la imagen del vértigo que nos atrapa y nos arrastra. Esas pequeñas figuras, muñequitos que nos hacen retornar a los juegos infantiles, expresan sin embargo, quizás, el último confinamiento del deseo en la sociedad de masas: su carácter banalmente fetichista, su inevitable sometimiento a la mera repetición serial.

         Vértigo, vértigo : un impulso nos mueve. O pulsión. Veremos. La literatura médica incluye el vértigo entre las patologías del equilibrio. Pero, de forma casi inmediata, las cosas se complican. Porque se caracteriza, también, como un síntoma subjetivo , que el paciente describe bajo diferentes aspectos. Como, por ejemplo, sensación de inseguridad al caminar, sensación de flotar en el aire, sensación de cabeza vacía ... Subjetivo : referente al sujeto, estimado por él, es decir: abierto a la interpretación. Interpretación que fluye en los términos de las sensaciones de vértigo: inseguridad , flotar , cabeza vacía .

         Completemos el cuadro: dada la vecindad, en el cerebro humano, del centro del equilibrio con el centro nervioso llamado cardioneumogastroentérico , los síntomas del vértigo o mareo pueden aparecer acompañados por otros síntomas propios de ese centro o núcleo, como sensación de ahogo, palpitaciones o arritmias del corazón, náuseas, vómitos o diarreas. Para que la sensación del vértigo sea consciente, el centro del equilibrio necesita la interrelación con los centros corticales superiores o corteza cerebral. Precisando aún más: las áreas cerebrales de concientización del mareo corresponden específicamente a la parte posterosuperior del lóbulo temporal.

         Aunque nadie muere de vértigo o mareo, desde un punto de vista médico sí se considera una enfermedad , que invalida a quien la padece y le imposibilita llevar una vida normal. Y es que, aunque nadie muere de vértigo o mareo , el mareo o vértigo impresiona como una enfermedad profunda, dando la sensación de muerte inminente .

         El sentido común distingue, no obstante, entre el mareo y el vértigo, sobre todo cuando el mareo es ligero o accidental. Al vértigo se le suele atribuir un carácter mucho más permanente. Pero en todo caso, ya aquí, en la configuración anatómica del cerebro humano, encontramos la explicación de lo que, como vengo sugiriendo, considero más importante en la idea de vértigo: su asociación con la sensación de caída . Una sensación que, a la vez, se experimenta como anticipación de la muerte . Vértigo: caemos , morimos .

         Una imagen desencadenante en la propuesta de Patrick Mimran nos conduce en el vídeo en un descenso vertiginoso , en una velocísima caída libre, hasta una plataforma de madera con forma de V en la que una mujer desnuda tumbada parece tomar el sol tranquilamente. El ojo, como la cámara, se desliza incontenible en el exceso, penetrando con la mirada en el cuerpo del deseo que quiere hacer suyo. El vértigo de la mirada: todos mirones , todos voyeurs , nos habla del deseo de apropiarse de todo lo que la mirada abarca, de poseer a través del ojo, pero poniéndose a cubierto, ocultándose, intentando mirar sin ser vistos. El voyeur es un fisgón que fabula poder verlo todo utilizando el ojo como agujero, como espacio para esconderse. Pero en los agujeros, en los orificios, caemos . Vértigo de la mirada.

         Ese exceso se desplaza y se transforma, a través de la fetichización del cuerpo femenino, a través de las imágenes de confrontación de lo masculino y lo femenino: dialéctica, oposición, lucha de los sexos: caída en el cuerpo del otro . Y se transforma, también, otra forma de fetichización, en las figuras de los muñequitos, signos de la posesión regresiva, cargada de deseo, que caen como lluvia, o se deslizan vertiginosamente hacia la boca succionadora del sexo femenino. Miedo ancestral del hombre a la supuesta naturaleza devoradora de la mujer, machismo ancestral omnipresente en esta sociedad supuestamente liberada en sus costumbres sexuales, pero sobrecargada de prejuicios y de pautas autoritarias encubiertas.

         Viendo las imágenes de las piezas de Patrick Mimran, uno se siente dialécticamente transportado a la experiencia de la pantalla total , de la escenificación de la vida humana y las relaciones sociales en su conjunto como espectáculo . Todo es imagen (mediática), todo es consumo. Los referentes conceptuales nos llevan no sólo a la crítica de la sociedad del espectáculo , de Guy Debord, sino a la experiencia de las sociedades de masas de nuestro tiempo como aquellas en las que se lleva a su consumación la plena integración social , con su trasfondo totalitario, en un marco aparente de libertades. Aparente , porque las condiciones materiales de su pleno ejercicio no están realmente al alcance de todos.

         Lo más importante es que con su aproximación plástica al vertigo , con la forma perfectamente definida y de impecable factura en que sus piezas se apropian del lenguaje mediático actual, con su carga alienante y persuasiva, Patrick Mimran nos lleva a pensar en una cuestión verdaderamente central en la que, introducidos como solemos estar en el engranaje de nuestro comportamiento cotidiano, apenas pensamos. Me refiero a la canalización del deseo como fuerza de integración social, a su utilización en el proceso de intensificación de las necesidades y del consumo. Una canalización utilitaria y represiva que bloquea el flujo de la libertad humana, mucho más allá de los límites necesarios que se deben poner a la realización del deseo en su vertiente individual a fin de que la vida en sociedad sea viable.

         Desde un punto de vista psicoanalítico, Jacques Lacan (1966, 98) ha insistido en el papel que juega el deseo como fuerza primordial de socialización, al término del proceso de constitución del yo, de lo que él llama el estadio del espejo , al inaugurar “por la identificación en la imago del semejante y el drama de la envidia primordial (...) la dialéctica que desde entonces liga al yo a situaciones socialmente elaboradas.”

         La identificación en la imagen del yo con los otros yoes implica el paso a lo que llamamos orden social, o cultura en un sentido antropológico. Por eso, Lacan afirma insistentemente en todos sus escritos que “el deseo del hombre es el deseo de lo Otro”, advirtiendo sobre la necesidad de emplear la mayúscula en “Otro”. Ya que este término remite al “lugar de desplazamiento de la palabra (la otra escena, eine andere Schauplatz , de la que habla Freud en la Interpretación de los sueños)” (Lacan, 1966, 628), al “lugar donde se constituye el yo que habla con aquel que escucha, lo que uno dice siendo ya la respuesta y decidiendo el otro al escuchar si el uno ha o no hablado” (Lacan, 1966, 431). Por eso, para ser satisfecho, y como ya veremos nunca plenamente , el deseo debe ser reconocido en el ámbito del símbolo o de lo imaginario (cfr. Lacan, 1966, 279), que es a lo que alude esa intensa expresión freudiana de la otra escena .

         Es esa dimensión lingüística : simbólica o imaginaria, lo que hace que el deseo humano no pueda nunca satisfacerse plenamente. Como dice Lacan (1966, 627), “el deseo es lo que se manifiesta en el intervalo que ahonda la pregunta más acá de ella misma, en tanto que el sujeto articula su cadena significante, lleva a la luz la falta de ser con la llamada a recibir su complemento de lo Otro, si lo Otro, lugar de la palabra, es también el lugar de esta falta.” Situado como está en el plano de lo lingüístico: simbólico-imaginario, el deseo no puede nunca encarnarse en los seres o en los objetos particulares, “ya que el ser del lenguaje es el no-ser de los objetos”.

         Experiencia de la falta , y por ello de lo incolmable , el deseo es, a la vez, “indestructible” (Lacan, 1966, 518). Se produce, dice también Lacan (1966, 629), más allá de su demanda, de su búsqueda, cortando las ramas inútiles del árbol de la vida del sujeto. Pero también ahondando, profundizando, en su más acá , pues, “en tanto que demanda incondicional de la presencia y de la ausencia evoca esa falta de ser bajo las tres figuras de la nada que constituyen el fondo de la demanda de amor, del odio que va a negar el ser del otro y de lo indecible de lo que se ignora en su petición”.

         Digámoslo de modo claro y definitivo: el deseo no remite a nada real , pero en su persistente e incolmable demanda, que fluye hacia fuera: más allá , y se sumerge en lo más profundo, en lo más interior: más acá , evoca esas tres figuras de la nada : el amor , el odio y lo indecible , que en sus diversas formas de entretejerse, de combinarse, constituyen el eje de la trama dramática que se desenvuelve en la otra escena . Allí donde el ser humano ubica y desplaza vertiginosamente la demanda de lo Otro .

         ¿Cómo no sentir vértigo , no tener la sensación de caída libre inevitable, no vivir la anticipación de la muerte , ante esa experiencia de la nada , una y otra vez recreada, de ese universo simbólico o imaginario interminable , ilimitado , que se superpone a y niega lo natural? Fuera ya del marco teórico del psicoanálisis, quizás haya sido Georges Bataille (1943, 87) quien mejor ha expresado la cuestión: “La negación de la naturaleza llevada a cabo por el hombre –elevándose sobre una nada que es obra suya- dirige sin desvío al vértigo, a la caída en el vacío del cielo.”

         Lo que el pensamiento atrapa en su buceo en la experiencia interior lo vivimos con excitación en el erotismo . En realidad, como se hace explícito en toda la amplitud de sentidos del término conocimiento , la sabiduría y el amor son ramas de un mismo árbol frondoso, ese cuyos trazos estamos siguiendo bajo el nombre de deseo .

         En Bataille, la excitación erótica se presenta como literatura. Sus novelas, tan engañosamente encerradas durante años en la fórmula banal de lo pornográfico, tan execrables para la mentalidad conservadora como el texto de Sade, son un inventario lingüístico exhaustivo de ese universo imaginario que transmuta la mera sexualidad animal en erotismo. En una de esas novelas, el vértigo de la caída se convierte en imagen llena de colorido, en metáfora de la inversión, en una nueva visión del azul del cielo .

         La voz del narrador-protagonista, cuyo nombre es en sí mismo toda una alegoría, Troppman : el hombre del exceso, nos sitúa en el escenario repentino, para una pareja que ha perdido ya la fuerza de la excitación mutua, de una especie de estallido del deseo: “En una revuelta del camino se abrió un vacío por debajo de nosotros. Extrañamente, aquel vacío no era menos ilimitado, allí a nuestros píes, que un firmamento estrellado sobre nuestras cabezas” (Bataille, 1936, 179). La excitación da paso al entrelazamiento apasionado de los cuerpos en la tierra, y a la experiencia de la inversión, caer es elevarse , subir al cielo : “Más abajo había un trozo de roca que surgía sobre el vacío. Si no hubiese detenido aquel deslizamiento de una patada, habríamos caído en la noche, y yo bien pudiera haber creído, maravillado, que caíamos en el vacío del cielo” (Bataille, 1936, 181).

         Obviamente, Bataille juega, en el texto literario, con toda una serie de alusiones que se harán explícitas en su reflexión filosófica. Con la idea, que constituye el núcleo de lo que él llama la experiencia interior , de que los hombres somos seres discontinuos desde el momento en que venimos a la existencia y posteriormente se configura el yo, cuyo retorno a la continuidad del ser tiene lugar con la muerte . Idea que, con toda claridad, remite a los planteamientos filosóficos de Arthur Schopenhauer.

         Pero, a partir de esa cuestión, Bataille juega también con la idea de la anticipación de la muerte , que se experimenta en los momentos más intensos del erotismo, los que explican, por ejemplo, la asociación de placer y dolor en el goce erótico, y nos remiten a las figuras de Sade y de Masoch, a quienes Patrick Mimran alude también en sus piezas. En un caso, el del Marqués de Sade, directamente, al dejar entrever fragmentariamente en las imágenes de vídeo y en las fotografías el texto impreso, convertido también él en superficie de deslizamiento. Visión, apenas entrevista, de una obra que convierte el deseo en cuerpo literario , gramática del exceso, ensoñación del deseo sin límites .

         Como hace notar el propio Bataille, una de las expresiones que se utilizan en francés para referirse al orgasmo es la petite mort , la pequeña muerte . Ese momento de pérdida plena de control y de consciencia del yo, en el que el sujeto se despersonaliza, no digamos de forma idealista en la fusión con el otro , sino más bien en las oleadas de goce que propician la fusión con lo Otro : la experiencia fragmentaria y fugaz del deseo realizado que, sin embargo retorna de forma casi inmediata a su falta de realidad . Anticipación de la muerte: vértigo . Caída en el cauce sin fondo del deseo.

         A la vez, esa presencia del vértigo, de la anticipación de la muerte, en el erotismo tiene que ver con la dimensión profunda que hace del mismo algo distinto de la mera sexualidad natural . Aspecto éste que ha hecho que en la literatura psicoanalítica se insista, al traducir a Freud, en utilizar el término pulsión por el alemán Trieb , para referirse específicamente a los instintos de los seres humanos, en la medida en que éstos se configuran o invisten a través de la palabra y el universo simbólico de la cultura, frente a los meros instintos , pautas más o menos fijadas de comportamiento estrictamente biológico o etológico, que remiten al mundo animal. Ese “animal de fondo” que, sin embargo, anida en todos nosotros, como le gustaba recordar a Friedrich Nietzsche, y al que, quiéralo o no, el ser humano no puede evitar, digamos, volver . O retornar . O caer . Vértigo .

         En Bataille, la cuestión remite a su concepción del erotismo como resultado de una dialéctica en la que intervienen y se confrontan dos planos: el de la transgresión , que es precisamente lo que explica que el ser humano sea capaz de erotizarse con cualquier cosa : precisamente porque, según hemos visto, cualquier cosa es nada , falta de realidad , y el de la prohibición ( interdict ), que supone la introducción del límite, del marco de referencia, en cuya voluntad de superación cobra fuerza de atracción y sentido la transgresión.

         Lo que en el fondo encierra esa dialéctica es una circularidad animal-cultura , base física-universo simbólico , que caracteriza la dimensión humana y se hace particularmente visible en el erotismo: “En el movimiento de las prohibiciones, el hombre se separaba del animal. Intentaba escapar del juego excesivo de la muerte y de la reproducción (de la violencia), en cuyo poder el animal se encuentra sin reserva. Pero, en el movimiento secundario de la transgresión, el hombre se aproximó al animal. Vio en el animal lo que escapa de la regla de la prohibición, lo que permanece abierto a la violencia (al exceso), que rige el mundo de la muerte y de la reproducción.” (Bataille, 1957, 116-117).

         A través de la transgresión, el ser humano siente la fascinación por la violencia que se hace presente en el erotismo, de un modo que nada tiene que ver con la sexualidad animal. En la vida humana, “la violencia sexual abre una llaga. Raramente la llaga vuelve a cerrarse por sí misma: es necesario cerrarla” (Bataille, 1957, 146). La cuestión nos lleva a la verdad que se desvela en las formas extremas del erotismo, que Bataille se cuida de no caracterizar con las fórmulas negativas tradicionales: perversiones o desviaciones . De ahí que, por ejemplo, lo que Sade habría querido decir “suele horrorizar a esos mismos que pretenden admirarlo”, esto es: “que el movimiento del amor, llevado al extremo es un movimiento de muerte” (Bataille, 1957, 63). Y, en otro sentido, se relaciona también con la aceptación humana del sacrificio , en el que se revela esa lógica del exceso común a ciertas formas de religiosidad y al erotismo. El sacrificio es asumir el vértigo , la caída en la nada : “El sacrificio es la locura, la renuncia a todo saber, la caída en el vacío y nada, ni en la caída ni en el vacío, se revela, pues la relevación del vacío no es más que un medio de caer más dentro aún en la ausencia” (Bataille, 1943, 60-61).

         El vértigo , la sensación de caída en la nada, es inevitable porque, en último término, está siempre presente como realidad abismal en el trasfondo del erotismo. Eso es lo que plantea Las lágrimas de Eros, el estudio que Bataille dedica a analizar la asociación del dolor y el sacrificio con el erotismo, y que se caracteriza como un primer paso, “el de abrir la consciencia a la identidad de la ‘pequeña muerte' y de la muerte definitiva: de la voluptuosidad y del delirio al horror sin límites” (Bataille, 1961, 37).

         Aunque se podrían establecer puntos de contacto con las dos pulsiones metapsicológicas : Eros y Tánatos , que Sigmund Freud introduce en el psicoanálisis a partir de 1921, con su Más allá del principio del placer , e incluso, retrocediendo algo más en el tiempo, de nuevo con la filosofía de Arthur Schopenhauer, creo que en Bataille se encuentran matices que nos permiten comprender mejor la sensación de vértigo que el erotismo produce. Porque en Freud la pulsión de muerte está estrechamente ligada a la noción de un principio cero o Nirvana , al retorno a la ausencia de excitación por las vías más cortas. En Bataille (1957, 201), la circularidad prohibición-transgresión supone, sí, afirmar que “el sentido último del erotismo es la muerte”. Pero, a la vez, algo que sólo superficialmente puede parecer contradictorio, que el erotismo es “la aprobación de la vida hasta en la muerte” (Bataille, 1957a, 690).

         Y esto es así porque, aunque no haya salida, aunque el límite último sea la muerte oscuramente entrevista, el erotismo trampea , busca su afirmación como fuerza vital y expansiva: “En sus vicisitudes, el erotismo, en apariencia, se aleja de su esencia, que lo vincula a la nostalgia de la continuidad perdida. La vida humana no puede seguir sin hacer temblar –sin hacer trampas- el movimiento que la arrastra hacia la muerte” (Bataille, 1957, 203-204).

         Ese temblor , ese arrastre, esa sacudida, es la que instaura el principio de vértigo , la sensación de caída inevitable en el vacío, en la nada de la existencia, que vivimos con el erotismo. Y que brota, en definitiva, de la oscura consciencia, que en tantas ocasiones ni siquiera llega a ser consciente, de experimentar en él, en la voluptuosidad erótica, el límite extremo de la vida: la muerte, la muerte inevitable.

 

 

Referencias bibliográficas

 

- Georges Bataille (1936) : El azul del cielo , tr. cast. de R. García Fernández; Ayuso, Madrid, 1976. Reed.: Tusquets, Barcelona, 1985.

- Georges Bataille (1943) : La experiencia interior , tr. cast. de F. Savater ; Taurus, Madrid, 1973.

- Georges Bataille (1957) : El erotismo , tr. cast. de A. Vicens ; Tusquets, Barcelona, 1979.

- Georges Bataille (1957a) : « L'érotisme et la fascination de la mort », texto de la conferencia y del debate posterior que tuvo lugar en París el 12 de febrero de 1957, publicado en Oeuvres Completes , Vol. X; Gallimard, Paris, 1987, pp. 690-695.

- Georges Bataille (1961) : Las lágrimas de Eros , tr. cast. de D. Fernández ; Tusquets, Barcelona, 1981.

- Jacques Lacan (1966): Écrits ; Seuil, Paris.

 

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