Soplando estrellas, 2015 |
¿Dónde se sitúa el aliento, el impulso de la humanidad, en este mundo complejo, de sombras, violencias e incertidumbres, en el que hoy vivimos? La trayectoria artística de Ignacio Iturria constituye una de las vías de respuesta más sólidas y profundas a esa cuestión desde el plano del arte. Aunque inequívocamente latinoamericana, y con las más hondas raíces en ese Uruguay de intensa consciencia cívica, de grandes artistas y escritores en el que nació, la obra de Iturria tiene un alcance plenamente universal por los temas que aborda y la personalísima forma de desplegarlos en su pintura. Siempre en la pintura, que se despliega sobre todo tipo de soportes y procedimientos, dando así lugar a una pintura expandida con intensa capacidad de confrontación con las imágenes mediáticas que ciegan y envuelven nuestra vida cotidiana, Iturria nos lleva al plano de la visión interior: ¿qué, quiénes, somos cuando miramos de verdad hacia dentro? Observando con humor e ironía la fragilidad de personajes y criaturas: nosotros, pequeños seres humanos, y nuestras proyecciones afectivas en lo que nos acompaña y ayuda, o nos amenaza y destruye. Introduciéndose en las penumbras de la imaginación, con los ojos plenamente abiertos de quien sueña despierto, Iturria libera nuestra mirada de los pesos muertos del dogmatismo, la repetición, o la solemnidad. En ese sentido, su obra cumple con una de las funciones centrales que las artes visuales han desempeñado a lo largo de nuestra tradición de cultura: abrir nuestra visión, mostrarnos vías para mirar en profundidad. En ese círculo, el arte vuelve a la vida. De donde, cuando de verdad es arte, siempre fluye. En su trabajo hay una consciencia explícita de que lo decisivo en la estructuración pictórica del mundo es la articulación de lo visual. Después de mirar, sentir la devolución de la mirada y ver de nuevo. Aquello que nos queda es la pintura. Eso es lo que atraviesa de un extremo a otro las obras de Iturria: en ellas la pintura se ofrece como exceso visual, como resto, como un ir más allá de lo que ocultan las apariencias, más allá de la mirada sumisa y autosatisfecha. El núcleo sensible y conceptual es en todo momento la luz. Esto nos dice él mismo: "El pintor es sordomudo, interpreto más con el ojo que con la palabra: soy puro ojo". Puro ojo: hay derivas y planteamientos que buscan llevar la pintura a una sensualidad que se pretende casi transparente, física, gestual. Pero, más allá de su materialidad, el núcleo estético, profundo, de la pintura ha sido siempre, y es, conceptual, poético. Y esa dimensión, ese alcance conceptual, a través de la visión resuelta en pintura, constituye el eje de la trayectoria artística de Ignacio Iturria. La exposición Pintar es soñar se plantea como un intento de presentación de todas esas dimensiones antes aludidas, en una obra que desde sus inicios en los primeros años setenta del siglo pasado hasta ahora mismo ha alcanzado un grado de excelencia y originalidad verdaderamente admirables. Todos los registros y modulaciones de este gran artista de nuestro tiempo podrán apreciarse a través de las 106 obras reunidas, que van de 1982 a 2015: pinturas, grabados, objetos escultóricos, y de un espacio-instalación: La habitación interior, concebido especialmente para esta ocasión y en el que el propio Iturria vuelca directamente su espacio interior, su intimidad creativa puesta al desnudo. El título de la muestra: Pintar es soñar, actúa como un concepto-metáfora para indicar que el núcleo de la pintura de Iturria se sitúa en ese plano del soñar despierto, del ensueño, que conlleva una ampliación de los límites de la vida humana en los planos del deseo y la imaginación. Ese concepto-metáfora sirve como hilo conductor para ordenar la unidad de la exposición, que se articula en cuatro secciones: 1. Las enseñanzas del juego. 2. Las redes del mundo. 3. Brazos al cielo. 4. La luz de los sueños.
Se organiza así un itinerario que tiene su punto de partida en la posibilidad de articular la visión de las cosas jugando, y en las enseñanzas para la vida que de ello se extraen. Siguiendo con la representación de la tupida red de este mundo extraño construido por los seres humanos: edificios, medios de transporte y comunicación, redes digitales, etc., en la que todos deambulamos hoy. Vienen después la expresión de la protesta y el rechazo de las injusticias, la violencia y el daño, con el contraste del deseo humano de elevación y justicia. Y, finalmente, como conclusión del itinerario, los quiebros de la luz que se alcanzan a ver en el ensueño: la luz tenebrosa de las pesadillas y la luz de plenitud de los sueños abiertos, aquellos que nos conducen a la iluminación de un mundo más allá de éste, en el que habitan eros y la expansión de la vida. Esa iluminación que la gran pintura, en la luz, hace visible.
José Jiménez, curador |