1. El espacio es una abstracción
Para una primera mirada, el espacio es transparente,
invisible: vemos las cosas, las personas, los objetos, pero no el
espacio. Percibir el espacio supone todo un proceso de abstracción.
Así surge la geometría, a partir de una visión
abstracta de la naturaleza y sus formas. En este punto, como en tantos
otros de nuestra tradición cultural, la concepción del
espacio es un producto de la mente griega.
Es un dato sabido que los conocimientos astronómicos
griegos no eran superiores a los de las civilizaciones orientales vecinas,
muy en particular de los babilonios. Y, sin embargo, al desarrollar
un enfoque racional, al ir más allá de un pensamiento
mitológico o astrológico, los griegos fundan la cosmología
y la astronomía, las disciplinas del estudio científico
del universo.
Esa concepción racional del conocimiento, que
tiene su base en lo que los griegos llamaban lógos: pensamiento-lenguaje,
implica la sustitución de un sistema simbólico de representaciones
por un sistema numérico, matemático, geométrico
en definitiva. Por ejemplo, mientras que en las cosmogonías griegas
arcaicas la tierra se concibe situada sobre unas raíces que descienden
sin fin, o ubicada dentro de una gran tinaja, para el filósofo
milesio Anaximandro (618/610-548/545 a. C.) la tierra es una columna
truncada que se encuentra en medio del cosmos. Comparando ambas representaciones,
el helenista Jean-Pierre Vernant (1973, 187) indica: "Vemos el
nacimiento de un nuevo espacio, que ya no es el espacio mítico
con sus raíces o su tinaja, sino un espacio de tipo geométrico.
Se trata por supuesto de un espacio esencialmente definido por criterios
de distancia y de posición, un espacio que permite fundar la
estabilidad de la tierra sobre la definición geométrica
del centro en sus relaciones con la circunferencia."
Fueron, en efecto, los griegos de la Antigüedad
quienes, más allá de las nociones míticas del lugar
(tópos) y de la casa, de la casa humana (primero palacio,
después mansión de los héroes, finalmente residencia
familiar del ciudadano) y de la casa de los dioses (el templo), acuñaron
la idea de espacio, destinada a convertirse en una de las categorías
de mayor peso y relevancia del pensamiento occidental.
La idea de espacio requiere la actividad configuradora,
operativa, de la mente racional y matemática. Sólo a partir
de ese establecimiento son posibles, después: en un después
"cultural", concebido como tradición antropológica,
los usos literarios, plásticos o musicales, es decir: estéticos,
de la misma.
El concepto aparece en el proceso de constitución
de la filosofía-ciencia en Grecia, y por vez primera probablemente
en Pitágoras (570-497 a. C.), lo que en sí mismo es algo
relevante, dado el papel central del número y las matemáticas
en el pensamiento pitagórico. Posteriormente ocupa la atención
de Zenón de Elea (nac. hacia 490/485 a. C.), en sus conocidas
paradojas lógicas sobre el movimiento. Y recibe ya una formulación
categorial precisa en uno de los últimos, y con el tiempo más
influyentes, diálogos de Platón: el Timeo, cuya
fecha probable de redacción se sitúa en torno a la segunda
mitad del siglo IV a. C.
¿Cómo se produce la génesis del
mundo? Es en ese contexto cosmológico, donde Platón establece
un uso categorial preciso del término espacio [jóra],
al afirmar que "hay ser, espacio y devenir, tres realidades diferenciadas,
y esto antes de que naciera el mundo" (Timeo, 52 d). El
ser corresponde, en Platón, a las Formas ejemplares o Ideas,
a las que caracteriza como "la especie inmutable, no generada e
indestructible", y también como "invisible y, más
precisamente, no perceptible por medio de los sentidos". Por el
contrario, el devenir es "perceptible por los sentidos: generado,
siempre cambiante" (Timeo, 52 a).
Entre ambos polos extremos: el de las Ideas-Formas,
que están propiamente "más allá" del
mundo, y el del devenir, que viene a coincidir con el mundo sensible,
hay además, dice Platón, "un tercer género
eterno, el del espacio, que no admite destrucción, que proporciona
una sede a todo lo que posee un origen, captable por un razonamiento
bastardo sin la ayuda de la percepción sensible, creíble
con dificultad, y, al mirarlo, soñamos y decimos que necesariamente
todo ser está en un lugar y ocupa un cierto espacio, y que lo
que no está en algún lugar en la tierra o en el cielo
no existe." (Timeo, 52 b).
La concepción platónica del espacio no
sólo hace de éste una especie de "mediación"
entre la fijeza esencial del ser y el devenir cambiante de lo sensible,
sino que con su carácter eterno e indestructible "proporciona
una sede a todo lo que posee un origen": es decir, actúa
como receptáculo o contenedor, donde todas las cosas o
seres se sitúan, tienen su lugar. Sólo puede captarse
"por un razonamiento bastardo", y en ello se diferencia de
las Formas a las que se llega únicamente a través del
"razonamiento verdadero", del uso estricto de la razón.
Pero "sin la ayuda de la percepción sensible", lo que
implica también su diferencia con el devenir, captable por los
sentidos y no por la razón. Así, en último término,
en una situación intermedia entre la razón y los sentidos
y, a la vez, fuera de ambos planos, el espacio es una idea tan abstracta
que, como admite el propio Platón, resulta "creíble
con dificultad".
Ciertamente, esa idea abstracta del espacio sólo
puede sostenerse en el marco de una reflexión cosmológica,
y hacerse aprehensible a través de un tipo de razonamiento eminente
numérico y formal, el de las matemáticas, el de la geometría.
Pero, precisamente por carecer de "figura", de forma, el espacio
actúa categorialmente como el marco conceptual de posibilidad
para poder distinguir y delimitar toda forma o figura. Y también
como el ámbito que nos permite establecer distinciones entre
lo vacío y lo lleno, aspectos estos últimos centrales
en las reflexiones cosmológicas griegas anteriores a Platón,
particularmente en Parménides y en Demócrito.
Es obvio, por otra parte, que la formulación
de esa categoría abstracta se realiza a partir de la experiencia
y del impulso propiciados por las formas de construcción, por
la arquitectura. En todas las sociedades humanas, desde las épocas
más remotas o arcaicas, la solución del cobijo o del hábitat
es una cuestión central. La noción de "casa":
destinada al uso humano o a distintos usos rituales (sacros, de poder,
etc), implica el paso de la utilización de un espacio "natural",
más o menos acondicionado, a la de un espacio "artificial",
construido según las determinaciones materiales del ecosistema
y a los fines de empleo.
Pues bien, lo interesante en el caso griego es que
las distintas formas de construcción: la casa, el templo y la
ciudad, presentan entre sí una relación de unidad, de
"unidad plástica", que deriva precisamente de la existencia
de un sistema orgánico de estructuración del espacio:
"el único factor común cuya esencia no es susceptible
de modificación material o variación práctica es
el sistema de estructuración del espacio que yace detrás
de todas las manifestaciones de la arquitectura en Grecia." (Martienssen,
1956, 145). Las variables constructivas derivan de los requisitos de
la finalidad específica, mientras que como constantes aparecen
los elementos de la medición y la organización
espacial, lo que permite advertir la "sutil graduación
de lo abstracto como elemento constitutivo de la arquitectura de Grecia."
(Martienssen, 1956, 146).
Medición y organización, o medida
y orden, son precisamente dos de las categorías estéticas
centrales no sólo en la cultura griega, sino también en
el mundo romano y helenístico. Pero ellas, en sí mismas,
aparecen en el proceso constructivo como procedimientos de concreción
de un presupuesto abstracto que actúa como sustrato o fundamento.
Dicho de otro modo, la medida y el orden son las vías para hacer
visible el espacio, para delimitarlo en un uso humano concreto.
2. El espacio plástico
La concepción griega del espacio como una entidad
abstracta no sólo permite una fundamentación matemática,
geométrica, de las teorías del universo, sino que además
confiere una unidad a las formas plásticas de representación.
No sólo la arquitectura: la estatuaria y la pintura participan
también de esa ubicación en un plano abstracto de experiencia
que hace posible su autonomía y desarrollo.
Pero hay una gran diferencia entre la versión
geométrica y cosmológica del espacio y su versión
plástica: el espacio plástico se concibe como una imagen
del espacio cósmico y geométrico, al que presupone, pero
situándose en un orden mental y de existencia diferente. La versión
plástica (y literaria, y musical) del espacio en el mundo griego
antiguo se establece dentro del marco de la representación sensible,
como un aspecto más de la mímesis: esa habilidad
o destreza de producción de imágenes que, con el
tiempo, sería central en nuestra idea de arte.
El artista: el escultor, el pintor y, en cierta medida,
el arquitecto, introduce un corte, una cesura, en el sustrato
abstracto que concebimos como receptáculo de todas las formas
y cosas, y lo hace así visible: al darle un soporte sensible,
al delimitar su forma, la obra de arte se convierte en una especie de
eco, de materialización, de esa idea abstracta que nos permite
pensar científicamente el despliegue del cosmos.
El orden clásico de la representación,
que en Grecia y el mundo antiguo en general presentaba ya como uno de
sus objetivos centrales alcanzar la ilusión figurativa,
acabaría estructurándose en el Quattrocento gracias al
perfeccionamiento de la perspectiva geométrica como un
universo artístico que dota de mayor verosimilitud a sus figuras
por la ilusión de encuadramiento espacial que entonces
se hizo plenamente posible. La cercanía y la distancia se convertían
en elementos de un proceso que privilegiaba el carácter fijo
y estable del espacio plástico, determinando a la vez una posición
estricta del punto de vista, del observador.
Aunque la perspectiva geométrica es una convención
plástica y simbólica (cfr. el estudio clásico de
Erwin Panofsky, 1927), acabaría convirtiéndose en el criterio
exclusivo y excluyente de representación del espacio en la tradición
artística de Occidente hasta el momento de la crisis del clasicismo
en el último tercio del siglo XIX y en los comienzos del XX.
Quizás no sea aventurado establecer una relación
entre esa tendencia a fijar como absoluto plástico lo que siempre
debiera haber sido considerado como una opción entre tantas otras
y el carácter también excluyente de la geometría
euclidíana, que le servía como base científica.
La cuestión se hará todavía más aguda cuando,
en el proceso de desarrollo de la ciencia moderna, Isaac Newton (1687,
33) formule lo que se conoce como su teoría del "espacio
absoluto": "El espacio absoluto, tomado en su naturaleza,
sin relación a nada externo, permanece siempre similar e inmóvil."
Esta idea del espacio es, como se ha dicho, la contrapartida
en física del espacio euclidíano en matemáticas.
El espacio cósmico se convierte en una especie de gran "escenario":
"Se puede concebir como un inmenso escenario por el que pasan los
acontecimientos que constituyen el universo: eternas estrellas, pequeñas
partículas, nosotros mismos." (Gray, 1992, 244). En realidad,
no estamos lejos de la concepción platónica del espacio
como receptáculo eterno, pero, claro está, con Newton
tenemos una fundamentación matemática y cosmológica
de sus planteamientos que en el mundo griego no había sido todavía
posible.
Estas cuestiones nos sirven para encontrar un interesante
paralelo en el terreno del arte. Si en la física de Newton el
espacio y el tiempo se conciben como magnitudes "absolutas",
en una de las cumbres de la teoría de las artes del período
clásico, en el Laocoonte (1766) de Lessing, las nociones
de espacio y de tiempo son los referentes que permiten establecer una
diferencia semiótica en términos también "absolutos"
entre las artes plásticas, por un lado, y la literatura y la
música, por otro.
Como es sabido, en el núcleo del libro de Lessing
está la necesidad de establecer una crítica rigurosa de
las formulaciones humanistas de la identidad, de la indistinción,
de las artes. Fijar con precisión los límites de los distintos
"lenguajes" o géneros artísticos es, ciertamente,
algo fundamental para la estabilidad del orden estético clásico.
En ese contexto, y partiendo de Aristóteles, Lessing formula
de modo magistral una teoría no normativa, sino semiótica,
de la diferencia entre las artes visuales ("pintura", dice
él metonímicamente) y la literatura (en su formulación,
igualmente metonímica, "poesía").
Pintura y poesía, afirma Lessing (1766, 106),
se sirven de medios o signos completamente distintos para imitar la
realidad. Mientras la primera utiliza "figuras y colores distribuidos
en el espacio", la segunda emplea "sonidos articulados que
van sucediéndose a lo largo del tiempo". De ahí también,
siempre según Lessing, que la representación de "los
cuerpos" sea el objeto propio de la pintura, mientras que, dado
que los objetos sucesivos o sus partes sucesivas se llaman, en general,
"acciones", son éstas las que constituyen en cambio
el objeto de la poesía.
Lessing (1766, 106-107) concede, no obstante, un grado
de "entrecruzamiento" entre los objetos de la poesía
y la pintura. Ya que, como las acciones no tienen una existencia independiente,
sino que lo son de determinados seres, y en la medida en que estos seres
son cuerpos, la poesía "representa también cuerpos,
pero sólo de un medio alusivo, por medio de acciones". Esta
representación corporal sólo alusiva implica una elección,
pues al ser un arte temporal la poesía "solamente puede
utilizar una única cualidad de los cuerpos; de ahí que
tenga que elegir aquella que de un modo más plástico suscite
en la mente la imagen del cuerpo desde el punto de vista que, para sus
fines, le interesa a este arte."
Y como los cuerpos existen no sólo en el espacio,
sino también en el tiempo, como duran, la pintura por su parte
"puede también imitar acciones", aunque de nuevo "sólo
de un modo alusivo, por medio de cuerpos". De forma paralela a
lo que sucedía con la poesía, las características
de los signos que emplea hacen que la pintura sólo pueda utilizar
al representar acciones "un único momento de la acción;
de ahí que tenga que elegir el más pregnante de todos,
aquel que permita hacerse cargo lo mejor posible del momento que precede
y del que sigue."
Aunque hay en el propio Laocoonte algunas líneas
de fuga, que permiten vislumbrar la ya inminente crisis del clasicismo
y el desencadenamiento de la revolución romántica, particularmente
por el papel central que Lessing (1766, 53) concede a la imaginación
en la percepción de la belleza, aun así, la delimitación
estructural entre artes "espaciales" y artes "temporales"
resulta demasiado rígida. E ignora, además, que la mezcla
de soportes y procedimientos expresivos en una única propuesta
estética ha sido una constante a lo largo de la historia de la
representación sensible en nuestra tradición cultural,
como sucede, por ejemplo, en el caso del teatro, o en la integración
del canto, la música y la gestualidad en las formas más
antiguas de la poesía en Grecia.
3. El espacio es indisociable del tiempo
Ya en nuestra época, con el desarrollo de la
técnica moderna y, en el terreno específico de las artes,
con la invención del cine, que hacía evidente la fusión
en un mismo universo expresivo de las dimensiones espaciales y temporales,
la separación estética, semiótica, entre la representación
del espacio y del tiempo no podía sino sentirse de forma cada
vez más intensa como algo inadecuado. En ese nuevo clima cultural,
las vanguardias artísticas rechazaban, además, la idea
clasicista de los límites de los distintos géneros o lenguajes
artísticos, buscando precisamente en la transgresión de
los límites un nuevo ideal estético, el de la convergencia
en la unidad de la obra de todo tipo de procedimientos y materiales.
Un ideal que había sido ya anticipado por Richard Wagner, con
su teoría del "drama musical" y su formulación
de la categoría de la "obra de arte total" (Gesamkunswerk),
como máxima expresión de la voluntad de transgresión
de los límites clásicos y de fusión en la unidad
de la obra de todo tipo de materiales y procedimientos.
Paul Klee (1920, 4), por ejemplo, que en su juventud
había sido un lector apasionado del Laocoonte, expresa
de forma bastante nítida el rechazo de la distinción de
Lessing: "En el Laocoonte de Lessing, donde otrora desperdigamos
juveniles ensayos de pensamiento, se hace mucho ruido a propósito
de la diferencia entre arte temporal y arte espacial. Y eso, contemplado
con mayor precisión, resulta no ser más que delirio erudito.
Porque también el espacio es un concepto temporal. " Klee
concibe el movimiento como base de todo devenir, y esto implica ver
la dimensión temporal en la génesis del espacio. Naturalmente,
Klee se refiere al espacio plástico, y no a ese espacio
abstracto, concebido como receptáculo del devenir, y que Platón
había caracterizado como "eterno".
Hay que tener en cuenta, además, que desde la
Antigüedad, e incluso en el sentido común, el espacio y
el tiempo se habían considerado entidades interrelacionadas.
La expresión latina spatium temporis: "espacio de
tiempo", es un buen ejemplo de ello. La sucesión puede también
concebirse como extensión. Sólo las formulaciones abstractas,
cosmológicas, de la física newtoniana, con las ideas de
un tiempo y un espacio "absolutos", considerados magnitudes
independientes, podía justificar conceptualmente una separación
tan tajante de las dos categorías.
Pero el desarrollo, ya en el siglo diecinueve, de las
geometrías no euclidíanas y la aparición después
de las nuevas teorías físicas, como la mecánica
ondulatoria o la teoría de la relatividad, significativamente
en la misma época de la emergencia de las vanguardias artísticas,
llevarían al cuestionamiento profundo de las concepciones absolutas
del espacio y del tiempo, y a diversas formulaciones cosmológicas
sustentadas todas ellas en la idea del continuo espacio-tiempo.
Son conocidas las resistencias al abandono de los planteamientos
de la física newtoniana en la propia comunidad científica:
"Lo que chocaba a la mayoría de la gente era el completo
abandono del espacio absoluto. La existencia de un mundo externo independiente
del observador se había asociado con la creencia en las propiedades
absolutas de los objetos en el espacio. Los objetos se mueven, los objetos
están ahí, nos guste a nosotros o no." A pesar
de ello, y en principio por razones filosóficas y estéticas
("su elegancia y belleza", un aspecto determinante en la aceptación
de las teorías científicas), los planteamientos de la
nueva física se fueron abriendo camino: "Einstein demostró,
sin embargo, que la descripción que ofrecemos depende de lo que
estemos haciendo y de dónde estemos de una manera más
sutil que cualquier otra que hubiéramos esperado, y más
sutil de lo que muchos estaban preparados para aceptar." (Gray,
1992, 254).
Los planteamientos del gran matemático Hermann
Minkowski en una conferencia pronunciada en 1905 establecen de forma
clara y precisa el nuevo uso de las categorías de espacio y tiempo
en la física contemporánea: "Espacio y Tiempo han
de perderse en las sombras y sólo existirá un mundo en
sí mismo." Y también: "Nadie ha observado, todavía,
ningún lugar excepto en un tiempo, ni nadie ha observado ningún
tiempo excepto en un lugar." (Cit. en Gray, 1992, 255). Aunque
es preciso tener en cuenta que la noción de espacio-tiempo prevalente
en la física, y especialmente en la teoría de la relatividad
generalizada, formulada por Einstein en 1916, no debe confundirse con
una imagen intuitiva de una "realidad" o parámetro
en los que el tiempo estuviera "fundido" con el espacio, no
cabe duda de que la superación de la concepción del espacio
y el tiempo "absolutos" en el marco del conocimiento científico
contemporáneo tendría una repercusión notable tanto
en el terreno de la práctica y la teoría artísticas,
como en el del propio sentido común, poco a poco acostumbrado
a enfrentarse con "versiones" fílmicas o literarias
más o menos afortunadas de las paradojas de la relatividad einsteiniana,
tan familiares ya hoy para todos nosotros.
4. De la representación
a la construcción del espacio
El arte de nuestro tiempo fue realizando gradualmente
un giro de alcance revolucionario, cuyo eje podría cifrarse en
la idea del paso de la representación plástica del
espacio a su construcción. Un paso intensamente determinado
por la nueva sensibilidad que había hecho posible el desarrollo
de la tecnología. Nuevos mecanismos de visión, apoyados
en máquinas de gran precisión y, sobre todo, la fotografía
y el cine, liberaban a las artes plásticas del compromiso figurativo
e ilusionista que había marcado su destino desde la Antigüedad
Clásica.
La idea plástica del espacio, el trabajo artístico
de delimitación sensible de la imagen, resultaba así emancipada
de una representación convencional ilusionista, para dar paso
a una posibilidad plenamente autónoma de estructuración
espacial, de construcción del espacio plástico,
concebido como una entidad sensible e intelectual enteramente autónoma.
El "emblema" que marca ese nuevo horizonte
de las artes es Las señoritas de Aviñón (1907),
de Picasso, con su destrucción definitiva de la representación
clásica y la integración en una misma obra de distintas
convenciones representativas. Después vendrían el Cubismo
y las distintas propuestas constructivistas que se despliegan a lo largo
de todo el siglo veinte hasta llegar a la actualidad.
Es en ese contexto donde se stúan los planteamientos,
que empecé a mencionar antes, de Paul Klee (1920, 4) en su "Confesión
creadora" sobre la integración de espacio y tiempo en la
obra plástica: "Cuando un punto se hace movimiento y línea,
ello requiere tiempo. Lo mismo ocurre cuando una línea se desplaza
para convertirse en superficie. De igual manera el movimiento de superficies
crea espacios."
Obviamente, estos planteamientos "resuenan"
en Punto y línea sobre el plano (1926), uno de los textos
teóricos más importantes de Vasily Kandinsky, quien había
coincidido con Klee en la Bauhaus a partir de 1922. Me interesa destacar,
en particular, la contraposición que Kandinsky (1926, 109-110)
establece entre el trabajo artístico y el trabajo técnico,
y su reivindicación de un "arte puro": "Las obras
'constructivistas' de los últimos años son en gran
parte, especialmente en su forma primitiva, 'pura' o abstracta construcción
en el espacio, sin utilidad práctica, lo que diferencia a estas
obras de las de ingeniería y nos obliga a situarlas en el campo
del 'arte puro'."
Algo había cambiado, de forma radical e irreversible,
en el universo del arte, y en ese cambio desempeña un papel fundamental
la nueva concepción emergente del espacio plástico. Cuando
Kandinsky habla de pura o abstracta construcción en el espacio,
está fijando con precisión el nuevo horizonte de las artes
plásticas, definitivamente emancipadas de la mera reproducción
ilusionista de un "fragmento" espacial. El arte de nuestro
tiempo había entrado en un territorio completamente distinto,
el de la construcción dinámica, temporal, de un espacio
plenamente autónomo respecto a cualquier referencia previa.
En lugar de reproducción, construcción. Eso es lo que
programáticamente, y con otros términos, había
expresado también Paul Klee (1920, 2) en la primera frase de
su "Confesión creadora": "El arte no reproduce
lo visible, sino que hace que algo sea visible."
Todo lo demás iría fluyendo siguiendo
su propio ritmo. Con Brancusi, la escultura iniciaría un proceso
de emancipación del pedestal y de expansión formal, escenográfica,
que llega hasta nuestros días. Y, por lo menos a partir de El
Lissitzsky, con sus contrucciones "Proun" (acrónimo
de "Proyecto para la afirmación de lo nuevo") de comienzos
de los años veinte, la propuesta plástica se presenta
como articulación global de un conjunto de elementos diversos.
El concepto de "instalación" plástica
deriva de ahí, de ese núcleo constructivista que emancipa
de forma definitiva el trabajo artístico de cualquier sumisión
representativa, orientándolo hacia la producción de un
espacio. Que puede integrar los soportes y procedimientos plásticos
tradicionales: dibujo, pintura, escultura..., pero también los
"nuevos" medios, de la fotografía y el cine al vídeo
o los soportes digitales. Y, lo que es más importante, también
los medios y soportes "no plásticos" (?) según
la mentalidad clasicista: el lenguaje, el sonido, la gestualidad, la
escenografía...
El arte se abre a un proceso de generación de
universos autónomos, con su tiempo y espacio propios, integrados,
en ruptura con la experiencia cotidianas, o con los usos prácticos
de la tecnología. Mundos aparte. En ellos parecería
sonar un eco de lo que, como ya antes recordé, Hermann Minkowski
formuló en el terreno teórico de la física: "Espacio
y Tiempo han de perderse en las sombras y sólo existirá
un mundo en sí mismo."
R e f e r e n c i a s
- Jeremy Gray (1992): Ideas de espacio. Tr. cast. de F. Romero,
rev. Por J. Ferreirós; Mondadori, Madrid.
- Vasily Kandinsky (1926): Punto y línea sobre el plano.
Contribución al análisis de los elementos pictóricos.
Tr. cast. de R. Echavarren; Barral, Barcelona, 1971.
- Paul Klee (1920): "Confesión creadora". Tr. cast.
[existen muchas otras versiones] en el Catálogo Klee.
Óleos, acuarelas y dibujos; Fundación Juan Marcha, Madrid,
1981, pp. 2-7.
- Gotthold Ephraim Lessing (1766): Laocoonte. Introd. y trad.
cast. de Eustaquio Barjau; Tecnos, Madrid (Col. "Metrópolis"),
1990.
- R. D. Martienssen (1956): La idea del espacio en la arquitectura
griega. Tr. cast. de E. Loedel; Nueva Visión, Buenos Aires,
1980.
- Isaac Newton (1687): Principios matemáticos de la filosofía
natural. Estudio preliminar, tr. cast. y notas de Antonio Escohotado;
Tecnos, Madrid, 1987.
- E. Panofsky (1927): La perspectiva como forma simbólica.
Tr. cast. de V. Careaga; Tusquets, Barcelona, 1973.
- Jean-Pierre Vernant (1973): Mito y pensamiento en la Grecia
antigua; Ariel, Barcelona. Tr. cast. de J. D. López Bonillo
de la versión corregida de Mythe et pensée chez les
Grecs; F. Maspero, París, 1965.