Nademos
sin respirar, escribió en uno de sus poemas (Dejos
de Licario). Como si la misma dificultad del aire en sus
pulmones invitara al salto por el que la prueba es resuelta. Esa es
la respiración de sus palabras. El pez húmedo que
siempre persiguió su escritura. Morosidad del verbo,
espaciamiento de la respiración poética.
Al leer a Lezama Lima le oimos respirar. Y ése,
y no otro, es el motivo principal de que, todavía hoy, no
llegue a ser plenamente reconocido como lo que es: uno de los
escritores más importantes del siglo XX. Y no sólo en
castellano. Aunque escribir en nuestra lengua no deje de suponer un
peso añadido. Si hubiera escrito en inglés o en alemán
muchos que ni siquiera se le acercan citarían a Lezama con
profusión.
Ni la oscuridad ni la dificultad velan su
presencia: las estéticas de nuestro tiempo están,
todas ellas, atravesadas por el zigzagueo de la complejidad. Y ya el
propio Lezama nos advirtió contra la tentación de lo
simple: Sólo lo difícil es estimulante (La
expresión americana). Y contra la confusión de lo
luminoso: Lo contrario de lo oscuro no es lo cenital o
estelar, sino lo nacido sin placenta envolvente. (Nuevo
Mallarmé).
Pero es verdad, sin embargo, que los lectores de
Lezama Lima son escasos, que constituyen, como señaló
Julio Cortázar, un club very exclusive. Y para
explicar por qué tenemos que tomar como punto de partida la
respiración laberíntica de su palabra. Lezama es, ante
todo, un poeta. Pero no un poeta al uso. No un mero constructor
de versos, aunque dicha tarea sea, en sí misma, noble e
importante.
La palabra poética de Lezama vuelve desde
los tiempos ancestrales. Por eso desborda todos los géneros
literarios e instituye un modo propio de expresión, denso y
terso como la piel. Es el solitario en la isla, aunque tanta empresa
colectiva brote de su verbo generoso. Lezama es el solitario que,
con el pulso errático de las palabras construye, adentrándose
en lo invisible, el universo de la imagen, donde lo más
genuinamente humano habita desde la noche de los tiempos.
Su respiración transmite un conocimiento
distinto: La imagen es la causa secreta de la historia.
(El 26 de julio: imagen y posibilidad). Y es ahí
donde ancla la marcha de su discurso poético, semejante
a la del pez en la corriente, que, a través del juego
de diferencias e identidades de la metáfora, se lanza a
la final apetencia de la imagen. (Introducción a
un sistema poético).
Lezama escribe, entrecortadamente, con la
consciencia de habitar una época ciega para las
verdades reveladas, pero que, con sus tímpanos de
cobre, puede mostrar un hallazgo: haber llevado la metáfora
al sitio ocupado por el silogismo. (Loanza de Claudel).
Si todo un proceso de la tradición cultural
de Occidente conduce a la secularización de la palabra, y con
ello a la pérdida de la arcaica función sacerdotal,
sagrada, del poeta, la respiración del verbo lezamiano
restituye lo que hay de pérdida y olvido en ese proceso. Y no
hace falta abandonar el espacio laico, terrenal, para compartir el
vuelo de la imagen con Lezama.
El logos de Occidente tiene su principio o
fundamento, que reverbera hoy en la configuración técnica
del mundo, en la identidad. Lezama habla de otro conocimiento que
discurre en paralelo: El conocimiento poético se separa
del conocer dialéctico que busca tan sólo el espejo de
su identidad. (Conocimiento de salvación).
Y es que la poesía, ¨por desconfiar de la fijeza de la
percepción, desconfía de todo lo categorial. (Sobre
Paul Valéry).
Por eso, conocer poéticamente es ver el envés,
el reverso de las cosas. En el cogito cartesiano, en el soy,
luego existo, Lezama advierte que ese existir tiene que
ser una imagen. Y de ese modo las categorías filosóficas
desvelan su nutriente poético, lo que las hace respirar desde
el reino de la imagen: Ese ser concebido en imagen, y la
imagen como el fragmento que corresponde al hombre y donde hay que
situar la esencia de su existir. (Introducción a
un sistema poético).
La poesía es, para Lezama, una dimensión
transcendente: las esencias expresadas por las eras
imaginarias. (Sobre poesía), una articulación
de lo imposible sobre la imagen posible.
Pero su itinerario no es simple, sino laberíntico. Su inicio
está en la disolución del propio cuerpo para
convertirlo en forma: disolver nuestro cuerpo para que llegue
a ser forma. (El secreto de Garcilaso).
Ojo y cuerpo se aventuran así en la imagen:
El ojo crea la figura; la noche se expresa, cae sobre nosotros
por imagen. El ojo siente un orgullo pasivo cuando se extiende en la
figura. Nuestro cuerpo siente un orgullo posesivo cuando penetra en
la imagen de la noche. (Sobre Paul Valéry).
Y es que el conocimiento poético no adviene gratuitamente, es
un difícil acto de conquista. El poema es un espacio
resistente entre la progresión de la metáfora y el
cubrefuego de la imagen. (Sobre poesía).
Las eras imaginarias, la imagen como cauce secreto
del tiempo histórico, sólo son entrevistas en ese
doble ámbito de resistencia en el que los cuerpos han de
soportar la nada que los circunda y los productos de la cultura:
formas o figuras, el flujo retráctil de las imágenes: Así
como el cuerpo soporta la nada rodeante, las figuras se ven
obligadas a contrarrestar el flujo de las imágenes. (Sobre
Paul Valéry).
Este sistema poético de Lezama traza un
surco, un itinerario, donde se borran las diferencias entre la vida
y la muerte. Un giro donde lo temporal permanece inmóvil en
el destello de la imagen. El gozoso Paradiso isleño teje un árbol
frondoso que hace posible La vuelta de Oppiano Licario, su discurrir
entre la vida y la muerte, como los ángeles de Rilke.
En efecto, como el ángel, el poeta supera
los límites del tiempo al adentrarse en la esfera de lo
posible, es el que toca el espacio resistente como posibilidad.
Con ese acto supera el ser para la muerte (Heidegger), y
crea la nueva causalidad de la resurrección. (Sobre
poesía).
Así, desmesurada, hipertelial, la respiración
poética de Lezama desborda los confines de la memoria y el
olvido e intenta atrapar el brillo de lo eterno. Es ese fulgor
relampagueante lo que hace del pez la figura más ajustada del
procedimiento poético: Su instantaneidad pasa fría
por nuestras manos como un recuerdo de la indetención del
tiempo. (Sobre Paul Valéry).
Juego y riesgo con la imagen que alberga, en su médula
más profunda, los senderos de la cifra y las
correspondencias: la teoría de la analogía de Santo
Tomás de Aquino. Que desvela su brillo fragmentario (el
fragmento que corresponde al hombre) en el ir y venir del
tiempo y el sonido: Tenemos que medir el tiempo por el vaivén/
de los ojos y cerrar los ojos/ y el murmullo que nos va devorando/
cuando nos sumergimos en la madre de carbón. (Dejos
de Licario).