Deslícense
con morosidad por la escritura curva de ese grande entre los
grandes: una excelente edición de la Poesía
completa de José Lezama Lima (1910-1976), publicada por
Alianza Editorial, acaba de ver la luz. ¿Qué se habría
podido escribir sobre él, sobre su obra, si ese cubano de la
plenitud hubiera sido francés, inglés o
estadounidense...? Su nombre resonaría como una cima
indiscutible de lo literario en el siglo que ahora acaba. Pero
escritor en español, construyendo una torre invisible hacia
el futuro en su casa de La Habana, Lezama es aún nombre y
obra para demasiados pocos.
No cabe duda de que las cosas cambiarán. Y
acabará siendo reconocido como lo que es: no ya sólo
uno de los más importantes escritores en nuestra lengua de
todos los tiempos, sino una figura entre las primeras de la
literatura universal. Eso sí, para llegar a Lezama Lima, como
ya advirtió otro gran escritor iberoamericano Julio Cortázar,
hace falta asumir el esfuerzo de la subida, retrasar el placer del
texto hasta haber escalado la montaña de sus múltiples
y fulgurantes sentidos.
Lezama es difícil. Quizás como todo
lo que de verdad vale la pena. El inicio de uno de sus ensayos más
hermosos: La expresión americana: "Sólo
lo difícil es estimulante" se convirtió para mí,
hace ya tiempo, en una especie de pauta de acción y de
conocimiento. Porque ese tipo de dificultad, consciente de la
riqueza y complejidad de la experiencia, encierra una de las más
gozosas esferas de sentido que pueda esperar el ser humano.
La escritura de Lezama constituye un continuo:
poesía, novela, ensayo. Formas diversas de ensimismamiento en
el lenguaje que, en el terreno de la prosa narrativa, alumbró
ese aerolito fulgurante: Paradiso (1966) y su
continuación que la muerte dejó incompleta: Oppiano
Licario (1977). Ese ensimismamiento de orfebre con la lengua
buscó siempre la revelación, alcanzar el reino de
la imagen, que establece sus propias eras, irreductibles al
proceso del tiempo histórico.
Lezama es difícil. Pero su dificultad es
una de las mejores vías de escape de ese ruido banal y
farragoso que algunos llaman "cultura", cuando realmente
es repetición persuasiva o simplemente espectáculo.
Hagan la prueba. Entren en el bosque húmedo de su poesía,
en la que habita el signo de un paraíso que irradia desde el
trópico. Para los que hemos podido oír su voz, aun
grabada, es difícil no reconocer en los versos su fraseo
jadeante y asmático, su verbo de barítono criollo,
atravesado por la emoción del conocimiento en el torrente
preciso de la palabra que fluye.
César López, un gran poeta y
escritor cubano, interlocutor de Lezama, es el responsable de esta
edición, que no pretende ser crítica o comparada, "sólo
amorosa y enloquecida". Ha hecho un trabajo magnífico.
Tomando como referencia la última edición de la Poesía
completa de la Editorial Letras Cubanas (La Habana,
1985), López ha incorporado los numerosos "inéditos"
que en estas dos últimas décadas han ido apareciendo y
publicándose en lugares diversos.
Además ha corregido y limpiado el texto de
erratas de un modo que sólo los lectores asiduos de Lezama
pueden valorar plenamente. Como él mismo señala, la
fijación de un texto seguro resulta en este caso una especie
de insuperable espiral de incertidumbre: "Todo aquel que ha
frecuentado textos, copias, versiones, variaciones, manuscritos,
transcripciones, ediciones y reediciones de Lezama bien lo sabe."
Insisto: su trabajo ha sido admirable. La poesía
de Lezama, "fragmentos a su imán", puede por fin
leerse más completa y limpia que nunca. Desde su inicio
adolescente, fijado por anotación de él mismo en 1927,
pasando por la voz definitivamente propia del primer gran libro
publicado: Muerte de Narciso (1937), hasta los últimos
poemas de los años setenta, publicados ya póstumamente.
Aun así, yo mismo he podido encontrar
alguna errata fugitiva. Como indicaba, en una espiral de la
incertidumbre de la que el propio Lezama era muy consciente. Se
puede advertir en el inicio de un poema que dedica a uno de sus
grandes amigos, también él excelente poeta, el padre Ángel
Gaztelu: "¿Quién podría decir, Ángel
de las Escuelas,/ que en Fray Luis, las serenas/ son las
sirenas?" En esos tres versos radiantes despunta el juego,
consciente, de Lezama con la dilapidación errante del sentido
que surge en la variante inadvertida de la letra.
Como les digo, abandonen el mundo hueco, el estéril
y ruidoso carrusel de las palabras vacías que nos asedian.
Demórense, sin prisas, en este húmedo bosque poético
donde habita el paraíso de la luz. Leer a Lezama es abrirse a
la noche, los jardines invisibles, el clavel, los animales, los
insectos, lo insular, el rumor y el colorido. Pero también al
cuerpo doliente y fragmentario del hombre, al deseo, a la sombra, el
vacío y el tiempo detenido.
Con todo ello, a través de las cualidades
plurales de lo sensible, el poeta alcanza y establece la fijeza
unificadora de la imagen. Es así, a través de
lo que acontece y para tantos ojos pasa inadvertido, como alcanza la
permanencia en el lenguaje. La visión del poeta tiene su
centro y motivo en la analogía, según desvela
el propio verso: "la aprehensión análoga es el único
ojo de la imagen".
¿Cómo dar cuenta, siquiera mínima,
de la articulación de procedimientos poéticos, de
transposición del lenguaje, que establecen la altura
inalcanzable de la escritura de Lezama? El rayo analógico se
ayuda con una continua invocación de la sorpresa, en busca de
la admiración que abre paso al conocimiento, situando con
frecuencia el verbo en el inicio del verso e incluso del poema como,
por ejemplo: "Llega y se esquina con las esquinas del pañuelo".
Con lo que, sin decirlo, se nos está diciendo: "¡Presta
atención...! Lo que sucede es extraordinario."
No menos decisiva es su capacidad de sustantivar
lo adjetivo, produciendo una sensación de incompleto, que se
abre a la profundidad de lo que se sitúa más allá
de lo evidente. Por ejemplo, en el que probablemente fue su último
poema: "El pabellón del vacío", los versos: "La
aparición de una cueva/ es misteriosa y va desenrollando su
terrible." Su terrible nos deja colgando, de golpe, en
una apertura a lo esencial, a la forma arquetípica, más
allá del episodio adjetivo que califica nuestras experiencias
individuales.
Algunos, entre muchos otros. Procedimientos poéticos.
Un poeta es un idioma. El punto máximo de la máxima
intensidad de un lenguaje. La precisión que fija para
siempre, y con ello crea un mundo, sin embargo siempre fugitivo: "Ah,
que tú escapes en el instante/ en el que ya habías
alcanzado tu definición mejor". Deslícense sin
prisas por este bosque húmedo de lo poético. En su
formulación más plena. Así. Para leer a José
Lezama Lima.