Luigi Nono, caminante ejemplar; Centro Galego de Arte Contemporánea, 1996, pp. 127-131.

EL SONIDO MÁS INTERIOR

«Ascoltare!» ¡Escuchar! La exclamación de Luigi Nono en sus notas de presentación de una de sus piezas más hermosas y complejas: Guai ai gelidi mostri (1983), explicita, en su concisión, todo un programa musical.

Se trata de ampliar las fronteras de la música, de problematizar tanto los estereotipos románticos de la creación individual o de la coloración sentimental de la música, como las diversas formas contemporáneas de mitificación de la espontaneidad o el azar.

Se trata, también, de reintegrar la música al plano de la experiencia colectiva, utilizando la vía del sonido para propiciar una comprensión más profunda del mundo y de los hombres.

La verdadera escucha, la capacidad de reconocer y reconocernos en los sonidos, es uno de los aspectos que más íntimamente nos constituye como seres humanos. Como escribió, parafraseando a Platón, Juan David García Bacca, en su monumental Filosofía de la música (1990), "Hombre es el que escucha lo que oyó: el gran oídor".

Pero, ¿cómo el sonido, que es siempre individual, particular, puede presentar una validez colectiva, antropológica? Es ahí donde hace su aparición la música. El sonido musical tiene un alcance universal, precisamente porque con él se produce la unificación de lo múltiple, de la pluralidad física de los sonidos.

Eso explica la estrecha relación que ha existido siempre entre música y filosofía, esta última también preocupada por la búsqueda de otra clase de universalidad, la del pensamiento y el lenguaje, la del concepto.

El itinerario estético de Luigi Nono se abrió muy pronto, más allá de la mera experimentación formal o lingüística característica del serialismo, hacia un intento de expansión en paralelo de las posibilidades técnicas del sonido (voz, instrumentos tradicionales, soporte electrónico) y de las facultades perceptivas de los oyentes.

La perspectiva de Nono implicaba asumir plenamente el compromiso de la música no sólo político, sino histórico, con la propia época. Y, con ello, plantearse como meta la superación del dualismo espíritu/materia, que tan negativamente ha condicionado tanto a la filosofía como a la música en nuestra tradición de cultura.

Para Nono el aislamiento o separación de espíritu y materia supone dos posibilidades tan mezquinas como meramente supuestas, "porque posibilidades sólo hay una: el conocimiento consciente y responsable de la materia por medio del espíritu, el reconocimiento de la materia alcanzado en recíproca compenetración" ["Presencia histórica en la música de hoy", 1959].

Por otro lado, si el espíritu no tuviera una idea clara de sí mismo, cualquier expresión de lo material se limitaría, indica Nono, "a lo decorativo, a lo pintoresco ornamental".

El compromiso de la música con la época se establece así no en términos extra-musicales, sino en el núcleo mismo del trabajo musical. En el privilegio de una serie de conceptos: "orden espiritual, disciplina artística, claridad de consciencia, pureza" ["Presencia histórica en la música de hoy", 1959], que articulan el horizonte estético y musical de Luigi Nono.

Ese objetivo de orden, disciplina, claridad y pureza, le llevaba a un rechazo, discutible en su formulación, de las ideas de espontaneidad y azar, encarnadas sobre todo en John Cage, cuya gran importancia estética y musical no podía aceptar.

El mundo de Nono se situaba en otra parte. Su voluntad de no separar espíritu y materia tiene como consecuencia principal la búsqueda de un juego de correspondencias entre lo interior y lo exterior del ser humano.

En este aspecto, y frente a las otras artes, la música es absolutamente diferente: no existe ningún tipo de correspondencia entre el conjunto de los sonidos y cualquier objeto de la experiencia exterior.

Por ello, y en su sentido más profundo, la música es ante todo experiencia interior. Y de ahí también su carácter mental, que es a la vez la piedra de toque de su universalidad.

La constatación del carácter mental de la música nos llevaría muy lejos en la historia, hasta la Grecia clásica. El pitagorismo antiguo, que está en las raíces tanto de la filosofía como de la música de Occidente, marca el origen del pensamiento musical.

En ese momento se estableció, a través de la música, no sólo una conexión genérica entre los aspectos sensibles del universo y sus aspectos intelectuales, sino una relación precisa entre cualidades sensibles bien determinadas (la altura de los sonidos) y representaciones matemáticas cognoscibles con exactitud.

Quedaba así abierto "el territorio sonido" como vía de conocimiento de lo universal. Después, bastantes siglos después: ya en el s. III d. de C., el neoplatónico Plotino, intentando fundamentar el carácter formal de la belleza, indicaba: "En el ámbito de los sonidos hay armonías no perceptibles por los sentidos, y que sin embargo son fuente de las armonías manifiestas; y de este modo permiten al alma entender la belleza, revelando lo idéntico en lo diverso." [Enéadas, I, 6, 3].

Creo que se puede establecer un hilo de continuidad entre el orden armónico preciso de los pitagóricos, las "armonías no perceptibles por los sentidos" de Plotino, y el pensamiento musical de Luigi Nono.

Naturalmente, la perspectiva de Plotino es espiritualista y esas armonías no perceptibles por los sentidos derivan del Uno-Bien, al que ha de retornar el alma depurándose de todo tipo de materialidad.

Pero desde un planteamiento que proclama la intercomunicación de espíritu y materia, la riqueza de lo espiritual no se pierde, sino que informa y se hace presente también en la materia.

Y eso es lo que caracteriza la estética de Nono: desvelar la espiritualidad de los sonidos en su articulación musical, dar forma a las armonías no perceptibles por los sentidos, hacer audible lo inaudible.

Su música se construye como una vía de exteriorización del sonido interior, de la unidad formal espíritu/materia, que constituye el rasgo distintivo y de perfección del ser humano. Ahí radica la grandeza de la mente del hombre.

Las armonías no perceptibles por los sentidos no se sitúan en la mera espiritualidad abstracta porque, aun siendo interiores, son sonido: es decir, materia. Pero, entonces, ese universo espiritual/material del sonido no tiene una ubicación concreta. Es extraterritorial. Brota de lo desconocido.

Sólo con un fuerte sentido del orden y de la claridad se puede evitar la deriva hacia una nueva forma de transcendentalismo vacío. Y eso es lo que Nono consigue: el eje es siempre el trabajo con el sonido, operando con su movimiento interior, con su metamorfosis continua, hacia los límites de lo audible.

Se alcanza así una extensión, modificación, superación, enriquecimiento, en suma, tanto del sonido como del receptor. Pero, más allá de ello, se hace a la vez todavía más explícita la imposibilidad de ubicar la experiencia musical. Es decir, el carácter de no-lugar de la música, lo que es literalmente lo mismo que indicar su carácter utópico.

Ya en su primer libro: Espíritu de la utopía (publicado en 1918, y en edición revisada en 1923), Ernst Bloch situaba en la música la más alta manifestación de la utopía. Y, con un lenguaje marcadamente expresionista, encontramos formulaciones muy cercanas a las de Luigi Nono: "la música es la única teurgia subjetiva. Ella nos conduce a la calida y profunda morada gótica de la interioridad, donde sólo una luz brilla todavía en el seno de la turbia oscuridad".

Porque las obras de arte, pero particularmente la música, nos aparecen como "espejos en la tierra", en los que toman forma "las sonoridades del mundo invisible". E incluso, se pregunta Bloch, si extinguido ya en el tiempo el papel de la clarividencia, no se abrirá paso en su momento una "clari-audiencia", una época en la que el sonido hable y se exprese realmente.

Como dirá después en su obra magna, El principio esperanza [1954-1955; ed. revisada: 1959], la música es "la más utópica de todas las artes", y ello incluso frente a la muerte, "la más pura antiutopía".

Y es que, observa Bloch, en la medida en que la música no requiere ninguna luz exterior, pues "el sonido enciende él mismo la luz que necesita", en ella está siempre presente el problema "de la utopía de la muerte y de la contramuerte".

Estamos ahora en condiciones de comprender mejor la densidad estética y el fuerte espíritu utópico, que alientan en esa obra hermosísima y enigmática que es el cuarteto de cuerdas Fragmente - Stille, An Diotima (1980), en sí misma una especie de microcosmos que sintetiza todas las claves creativas de Nono.

La obra integra dentro de sí una serie de citas del Cuarteto en la menor, Op. 132 de Beethoven y de diversas poesías de Hölderlin (nacidos ambos en el mismo año de 1770). Pero Nono especifica en la partitura que esos fragmentos en ningún caso deben ser recitados durante la interpretación, aunque los cuatro intérpretes puedan cantarlos en silencio durante la misma.

La indicación de Beethoven en el movimiento lento del Cuarteto: "mit innister Empfindung" ("con el sentimiento más íntimo") se contrapone sucesivamente a distintos fragmentos del poeta, y toman cuerpo en "sonidos que anhelan «la delicada armonía de la vida interior» (Hölderlin)".

Son, según Nono "«cantos» silenciosos de otros espacios, de otros cielos, acerca de que no es necesario decir adiós a la esperanza". En realidad, el movimiento lento del Cuarteto de Beethoven se articula ya sobre la variación de dos temas contrastantes, a partir de las ideas: "el sagrado canto de agradecimiento de un convaleciente a la divinidad" y "sintiendo nueva fuerza".

En el Cuarteto de Beethoven late también la tensión de la utopía: la esperanza brota precisamente en los momentos de oscuridad. Como escribió Ernst Bloch, el "arco de la utopía" tiene su comienzo precisamente en la "oscuridad del «ahora» o del instante acabado de vivir".

Los cantos silenciosos de Nono son una de las expresiones más altas en nuestro siglo de esa tensión utópica de la música. Son destellos del sonido más interior, que todos los seres humanos llevamos dentro, y que se brindan al reconocimiento de nuestra escucha.

El proyecto musical de Luigi Nono. Dar forma al sonido interior, hacer posible una "nueva escucha" (nuovo ascolto), "otras escuchas" (altri ascolti). En definitiva, y según sus palabras en 1983: "Despertar el oído, los ojos, el pensamiento humano, la inteligencia, exteriorizar lo más profundamente interiorizado".

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