«Ascoltare!»
¡Escuchar! La exclamación de Luigi Nono en sus notas de
presentación de una de sus piezas más hermosas y
complejas: Guai ai gelidi mostri (1983), explicita, en su concisión,
todo un programa musical.
Se trata de ampliar las fronteras de la música,
de problematizar tanto los estereotipos románticos de la
creación individual o de la coloración sentimental de
la música, como las diversas formas contemporáneas de
mitificación de la espontaneidad o el azar.
Se trata, también, de reintegrar la música
al plano de la experiencia colectiva, utilizando la vía del
sonido para propiciar una comprensión más profunda del
mundo y de los hombres.
La verdadera escucha, la capacidad de reconocer y
reconocernos en los sonidos, es uno de los aspectos que más íntimamente
nos constituye como seres humanos. Como escribió,
parafraseando a Platón, Juan David García Bacca, en su
monumental Filosofía de la música (1990), "Hombre
es el que escucha lo que oyó: el gran oídor".
Pero, ¿cómo el sonido, que es siempre
individual, particular, puede presentar una validez colectiva,
antropológica? Es ahí donde hace su aparición
la música. El sonido musical tiene un alcance universal,
precisamente porque con él se produce la unificación
de lo múltiple, de la pluralidad física de los
sonidos.
Eso explica la estrecha relación que ha
existido siempre entre música y filosofía, esta última
también preocupada por la búsqueda de otra clase de
universalidad, la del pensamiento y el lenguaje, la del concepto.
El itinerario estético de Luigi Nono se
abrió muy pronto, más allá de la mera
experimentación formal o lingüística característica
del serialismo, hacia un intento de expansión en paralelo de
las posibilidades técnicas del sonido (voz, instrumentos
tradicionales, soporte electrónico) y de las facultades
perceptivas de los oyentes.
La perspectiva de Nono implicaba asumir plenamente
el compromiso de la música no sólo político,
sino histórico, con la propia época. Y, con ello,
plantearse como meta la superación del dualismo espíritu/materia,
que tan negativamente ha condicionado tanto a la filosofía
como a la música en nuestra tradición de cultura.
Para Nono el aislamiento o separación de
espíritu y materia supone dos posibilidades tan mezquinas
como meramente supuestas, "porque posibilidades sólo hay
una: el conocimiento consciente y responsable de la materia por
medio del espíritu, el reconocimiento de la materia alcanzado
en recíproca compenetración" ["Presencia
histórica en la música de hoy", 1959].
Por otro lado, si el espíritu no tuviera
una idea clara de sí mismo, cualquier expresión de lo
material se limitaría, indica Nono, "a lo decorativo, a
lo pintoresco ornamental".
El compromiso de la música con la época
se establece así no en términos extra-musicales, sino
en el núcleo mismo del trabajo musical. En el privilegio de
una serie de conceptos: "orden espiritual, disciplina artística,
claridad de consciencia, pureza" ["Presencia histórica
en la música de hoy", 1959], que articulan el horizonte
estético y musical de Luigi Nono.
Ese objetivo de orden, disciplina, claridad y
pureza, le llevaba a un rechazo, discutible en su formulación,
de las ideas de espontaneidad y azar, encarnadas sobre todo en John
Cage, cuya gran importancia estética y musical no podía
aceptar.
El mundo de Nono se situaba en otra parte. Su
voluntad de no separar espíritu y materia tiene como
consecuencia principal la búsqueda de un juego de
correspondencias entre lo interior y lo exterior del ser humano.
En este aspecto, y frente a las otras artes, la música
es absolutamente diferente: no existe ningún tipo de
correspondencia entre el conjunto de los sonidos y cualquier objeto
de la experiencia exterior.
Por ello, y en su sentido más profundo, la
música es ante todo experiencia interior. Y de ahí
también su carácter mental, que es a la vez la piedra
de toque de su universalidad.
La constatación del carácter mental
de la música nos llevaría muy lejos en la historia,
hasta la Grecia clásica. El pitagorismo antiguo, que está
en las raíces tanto de la filosofía como de la música
de Occidente, marca el origen del pensamiento musical.
En ese momento se estableció, a través
de la música, no sólo una conexión genérica
entre los aspectos sensibles del universo y sus aspectos
intelectuales, sino una relación precisa entre cualidades
sensibles bien determinadas (la altura de los sonidos) y
representaciones matemáticas cognoscibles con exactitud.
Quedaba así abierto "el territorio
sonido" como vía de conocimiento de lo universal. Después,
bastantes siglos después: ya en el s. III d. de C., el
neoplatónico Plotino, intentando fundamentar el carácter
formal de la belleza, indicaba: "En el ámbito de los
sonidos hay armonías no perceptibles por los sentidos, y que
sin embargo son fuente de las armonías manifiestas; y de este
modo permiten al alma entender la belleza, revelando lo idéntico
en lo diverso." [Enéadas, I, 6, 3].
Creo que se puede establecer un hilo de
continuidad entre el orden armónico preciso de los pitagóricos,
las "armonías no perceptibles por los sentidos" de
Plotino, y el pensamiento musical de Luigi Nono.
Naturalmente, la perspectiva de Plotino es
espiritualista y esas armonías no perceptibles por los
sentidos derivan del Uno-Bien, al que ha de retornar el alma depurándose
de todo tipo de materialidad.
Pero desde un planteamiento que proclama la
intercomunicación de espíritu y materia, la riqueza de
lo espiritual no se pierde, sino que informa y se hace presente
también en la materia.
Y eso es lo que caracteriza la estética de
Nono: desvelar la espiritualidad de los sonidos en su articulación
musical, dar forma a las armonías no perceptibles por los
sentidos, hacer audible lo inaudible.
Su música se construye como una vía
de exteriorización del sonido interior, de la unidad formal
espíritu/materia, que constituye el rasgo distintivo y de
perfección del ser humano. Ahí radica la grandeza de
la mente del hombre.
Las armonías no perceptibles por los
sentidos no se sitúan en la mera espiritualidad abstracta
porque, aun siendo interiores, son sonido: es decir, materia. Pero,
entonces, ese universo espiritual/material del sonido no tiene una
ubicación concreta. Es extraterritorial. Brota de lo
desconocido.
Sólo con un fuerte sentido del orden y de
la claridad se puede evitar la deriva hacia una nueva forma de
transcendentalismo vacío. Y eso es lo que Nono consigue: el
eje es siempre el trabajo con el sonido, operando con su movimiento
interior, con su metamorfosis continua, hacia los límites de
lo audible.
Se alcanza así una extensión,
modificación, superación, enriquecimiento, en suma,
tanto del sonido como del receptor. Pero, más allá de
ello, se hace a la vez todavía más explícita la
imposibilidad de ubicar la experiencia musical. Es decir, el carácter
de no-lugar de la música, lo que es literalmente lo mismo que
indicar su carácter utópico.
Ya en su primer libro: Espíritu de la utopía
(publicado en 1918, y en edición revisada en 1923), Ernst
Bloch situaba en la música la más alta manifestación
de la utopía. Y, con un lenguaje marcadamente expresionista,
encontramos formulaciones muy cercanas a las de Luigi Nono: "la
música es la única teurgia subjetiva. Ella nos conduce
a la calida y profunda morada gótica de la interioridad,
donde sólo una luz brilla todavía en el seno de la
turbia oscuridad".
Porque las obras de arte, pero particularmente la
música, nos aparecen como "espejos en la tierra",
en los que toman forma "las sonoridades del mundo invisible".
E incluso, se pregunta Bloch, si extinguido ya en el tiempo el papel
de la clarividencia, no se abrirá paso en su momento una "clari-audiencia",
una época en la que el sonido hable y se exprese realmente.
Como dirá después en su obra magna,
El principio esperanza [1954-1955; ed. revisada: 1959], la música
es "la más utópica de todas las artes", y
ello incluso frente a la muerte, "la más pura antiutopía".
Y es que, observa Bloch, en la medida en que la música
no requiere ninguna luz exterior, pues "el sonido enciende él
mismo la luz que necesita", en ella está siempre
presente el problema "de la utopía de la muerte y de la
contramuerte".
Estamos ahora en condiciones de comprender mejor
la densidad estética y el fuerte espíritu utópico,
que alientan en esa obra hermosísima y enigmática que
es el cuarteto de cuerdas Fragmente - Stille, An Diotima (1980), en
sí misma una especie de microcosmos que sintetiza todas las
claves creativas de Nono.
La obra integra dentro de sí una serie de
citas del Cuarteto en la menor, Op. 132 de Beethoven y de diversas
poesías de Hölderlin (nacidos ambos en el mismo año
de 1770). Pero Nono especifica en la partitura que esos fragmentos
en ningún caso deben ser recitados durante la interpretación,
aunque los cuatro intérpretes puedan cantarlos en silencio
durante la misma.
La indicación de Beethoven en el movimiento
lento del Cuarteto: "mit innister Empfindung" ("con
el sentimiento más íntimo") se contrapone
sucesivamente a distintos fragmentos del poeta, y toman cuerpo en "sonidos
que anhelan «la delicada armonía de la vida interior»
(Hölderlin)".
Son, según Nono "«cantos»
silenciosos de otros espacios, de otros cielos, acerca de que no es
necesario decir adiós a la esperanza". En realidad, el
movimiento lento del Cuarteto de Beethoven se articula ya sobre la
variación de dos temas contrastantes, a partir de las ideas: "el
sagrado canto de agradecimiento de un convaleciente a la divinidad"
y "sintiendo nueva fuerza".
En el Cuarteto de Beethoven late también la
tensión de la utopía: la esperanza brota precisamente
en los momentos de oscuridad. Como escribió Ernst Bloch, el "arco
de la utopía" tiene su comienzo precisamente en la "oscuridad
del «ahora» o del instante acabado de vivir".
Los cantos silenciosos de Nono son una de las
expresiones más altas en nuestro siglo de esa tensión
utópica de la música. Son destellos del sonido más
interior, que todos los seres humanos llevamos dentro, y que se
brindan al reconocimiento de nuestra escucha.
El proyecto musical de Luigi Nono. Dar forma al
sonido interior, hacer posible una "nueva escucha" (nuovo
ascolto), "otras escuchas" (altri ascolti). En definitiva,
y según sus palabras en 1983: "Despertar el oído,
los ojos, el pensamiento humano, la inteligencia, exteriorizar lo más
profundamente interiorizado".