“Hay muchas especies de coleccionistas; y además, en cada uno de ellos opera una profusión de impulsos”, escribió Walter Benjamin. Esa profusión de impulsos: pluralidad, dispersión, intensidad… que busca adquirir, conservar, atesorar, caracteriza de modo singular la trayectoria de José Lázaro Galdiano. Las colecciones que hoy guarda la Fundación que lleva su nombre, afortunadamente de titularidad pública, constituyen un ejemplo particularmente significativo de hasta qué punto el impulso a coleccionar abre todo tipo de vías de enriquecimiento de la experiencia.

  

   Pero hay un núcleo central en la pasión de coleccionar que no es otro que su vínculo con la memoria. El coleccionista intenta guardar en los objetos que atesora el hilo rojo de experiencias vividas. Lo que se desvela a través de ellos es, en el fondo, una voluntad de recobrar el tiempo que pasó. Podría así decirse que coleccionar es una lucha contra el tiempo, un impulso a permanecer materialmente en los objetos, de todo tipo, en los que en un momento de vida se demoró la mirada, el tacto, la apropiación corporal y sensible. Hay concepto, desde luego, pero el coleccionismo implica una intensa inmersión sensible y sentimental en las piezas que forman la colección.

   Esa lucha, pasional, con el tiempo es también, sin duda, la clave última del trabajo de Bernardí Roig, uno de nuestros artistas actuales que goza del más amplio reconocimiento internacional,

y que a lo largo de su trayectoria artística ha tenido en todo momento como referentes esenciales la memoria y el deseo. El concepto que sustenta esta exposición tiene que ver con el descubrimiento de una imagen inadvertida en el espejo: el artista, él también, es un coleccionista, aunque no de piezas u objetos, sino de representaciones plásticas, de ideas, emociones y sentimientos que se plasman en obras. Y, en ese sentido, el artista es también un coleccionista, pero un coleccionista de obsesiones, aquellas que va plasmando en su trabajo en busca de la realización de la obra.

Todas las piezas de la exposición: los dibujos, el libro de luz, las esculturas, el molde que se confronta con las armaduras, la película rodada especialmente para esta muestra en los espacios de la Fundación, incluso el tablero de imágenes, giran en torno a una misma modulación: alcanzar la luz. En sus obras, Bernardí Roig bucea en un depósito abigarrado de imágenes: del arte a la vida cotidiana, de las raíces familiares a lo desconocido, para impulsar su búsqueda desde la memoria a la luz del deseo. Algo que tiene su reflejo en el Tablero de imágenes, que vive en una pared de su estudio, donde va fijando recortes de imágenes tomadas de aquí y de allá, y que se presenta al público por vez primera en esta exposición. Es un registro íntimo de cómo la obsesión gira, se expande y se eleva hasta acabar convirtiéndose en obra.

   En definitiva, coleccionar obsesiones hasta convertirlas en obras artísticas. El trabajo de Bernardí Roig, en el espejo diseminado de los espacios de la Fundación Lázaro Galdiano: las salas, el jardín, incluso el sótano, permite a nuestra mirada y a nuestra sensibilidad introducirse en la amplitud de registros que implica el coleccionismo, del deseo a la memoria, de la lucha humana con el tiempo a su plasmación en obra de arte.



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