Resulta curioso, y a la vez extraordinariamente significativo, comprobar la escasa atención que se ha prestado en el mundo del arte a la relación entre el surrealismo y el sueño. Son muchas las exposiciones dedicadas al surrealismo en general, o a alguno de sus aspectos en concreto. Y no pocas las centradas en los sueños, desde planteamientos muy diferentes, que en algunos casos incluyen algunos elementos o secciones, necesariamente parciales, dedicados al surrealismo. Pero, hasta la fecha, no ha tenido lugar una exposición de arte que aborde monográficamente, y con la intensidad que ello exige, esa temática central e intensamente sugestiva: el surrealismo y el sueño. Esta exposición se sitúa, por tanto, en un terreno "casi virgen".

   La consideración surrealista del sueño tiene unos rasgos específicos que la diferencian de otros enfoques. Es verdad que, a partir de diversos antecedentes: la literatura romántica, la simbolista, y aportaciones específicas de la psiquiatría y la psicología en el siglo XIX, el impulso decisivo para los planteamientos y elaboraciones surrealistas en torno al sueño, proviene de Sigmund Freud y de su gran obra La interpretación de los sueños (1900). Pero los surrealistas no se limitan a ser meros seguidores de Freud. Para ellos, el sueño es lo que podríamos llamar la otra mitad de la vida, un plano de experiencia diferente al de la vida consciente, cuyo conocimiento y liberación incide de modo especial en el enriquecimiento y ampliación del psiquismo, que constituye su objetivo principal.

   En el surrealismo, el sueño deja de ser considerado como un vacío, un mero agujero de la consciencia, para ser entendido como "el otro polo", más o menos latente o no completamente explícito, del psiquismo. Lo "real" se amplía en lo "surreal", cuya manifestación más consistente por su continuidad e intensidad, sería el sueño.

    Es importante también destacar la importancia del carácter visual del sueño. Y, en relación con ello, no concebir de manera ingenua o reductiva la vía por la que el sueño se hace presente en el universo plástico surrealista. En este sentido, me parece fundamental tener presente el punto de vista de Max Ernst quien, con extraordinaria lucidez, en "¿Qué es el surrealismo?", un texto escrito en 1934, rechaza la ingenua y tópica afirmación, demasiado habitual incluso hoy mismo, de que los artistas surrealistas "copian" sus sueños en sus obras. Representar plásticamente un sueño no significa sin más copiarlo, la utilización de los materiales oníricos en las artes demanda un proceso de transcripción, de elaboración secundaria de los mismos.

   En lugar de una presentación de las obras agrupadas según los diferentes soportes, o de modo cronológico o historicista, algo completamente inadecuado al espíritu y los planteamientos surrealistas, éstas se muestran con una articulación temática, que sigue un guión en el que el sueño se disemina en una serie plural de formas plásticas de manifestación:

   - Los que abrieron las vías (de los sueños). Antecedentes fundamentales, a modo de introducción. - Yo es otro. Variaciones y metamorfosis de la identidad. - La conversación infinita. El sueño es la superación de Babel: todas las lenguas hablan entre sí, todos los lenguajes son el mismo. - Paisajes de una tierra distinta. Un universo alternativo que, sin embargo, forma parte de lo existente. - Turbaciones irresistibles. La pesadilla, la zozobra. - Más allá del bien y del mal. Un mundo donde no rigen ni la moral ni la razón. - Donde todo es posible. La omnipotencia, todo es posible en el sueño. - El agudo brillo del deseo. La pulsión de Eros sin las censuras de la vida consciente.

   Este "itinerario", estas marcas plurales en la galaxia sueño, se complementa con un cuidado diseño de los espacios expositivos, buscando en todo momento la potenciación de las obras y el mejor diálogo posible de las mismas con los distintos públicos. El objetivo es que los espectadores vean dinámicamente, con los rasgos específicos de su sensibilidad particular, las imágenes surrealistas del sueño encarnadas en las obras.

   Las 163 obras y las siete vídeo-instalaciones reunidas en esta exposición, así como el ciclo de cine y el congreso internacional programados en paralelo, trazan un mapa del continente plástico surrealista del sueño, un mapa que hasta ahora no había sido siquiera esbozado. Para elaborar las líneas de ese mapa, he centrado mi atención en las obras de los artistas que intervienen, con mayor o menor continuidad, en las actividades

del surrealismo en su periodo histórico. Quedaría así abierto otro posible espacio subsiguiente de trabajo: el estudio y la presentación de las líneas de diálogo e influencia de esas posiciones surrealistas sobre el sueño en el arte posterior. En la selección de obras y propuestas, se ha intentado en todo momento, y con la máxima atención, que se trate de piezas que abordan específicamente la cuestión planteada: la representación plástica surrealista del sueño. No valía, sin más, "cualquier" obra surrealista.

   Es también importante señalar la diversidad de soportes y medios expresivos utilizados por los artistas surrealistas. La exposición recoge, en toda su variedad y riqueza, los distintos soportes artísticos visuales en los que se despliega la relación del surrealismo y el sueño: la pintura, el dibujo, la obra gráfica, el collage, los objetos y esculturas, la fotografía y el cine. Y aquí se introduce un aspecto importante: en ese objetivo de elaborar las obras a través de la representación de un modelo interior, y en la época de la expansión tecnológica de la producción y la reproducción de las imágenes, los artistas surrealistas fueron los primeros en abrirse plenamente a una fusión de los géneros expresivos, a una estética multimedia. En esa perspectiva, resulta crucial el papel desempeñado por el cine. Nada sería igual después de la irrupción del espíritu del surrealismo en el cine, cuya estela es larga, profunda, y puede seguirse hasta ahora mismo.

   Otro aspecto decisivo: fue en el marco del surrealismo donde las artistas mujeres encontraron por vez primera, en el despliegue del arte de nuestro tiempo, una posición de protagonistas. No desde el primer momento, y no sin contradicciones, eso sí. Comenzaron siendo "compañeras", tratadas como objetos de deseo: "mujer-musa", "Melusina, o eterna mujer-niña", "mujer espectral"… Pero, más allá del horizonte machista del deseo, los varones se fueron encontrando con mujeres de cultura y sensibilidad independientes, que en muchos casos desarrollaron su personalidad creativa en confrontación o distancia con los hombres. El considerable número de obras de artistas mujeres en la exposición es un signo de la relevancia y del carácter propio de sus aportaciones en la representación plástica surrealista del sueño.

   El surrealismo, que no es meramente "un movimiento artístico" más, sino una actitud ante la vida, transmite una afirmación intensa de la libertad, la esperanza de una vida humana de plenitud, la utopía de una mente dueña de todas sus posibilidades. En ese sentido, la invocación surrealista del sueño debe entenderse, ante todo, como la manifestación de una revuelta contra la aceptación "realista" de un mundo "mal hecho", contra una actitud de aceptación resignada del dolor y el sufrimiento. Transmite una utopía de liberación plena de la mente, el sueño de la libertad sin límites. Eso sí, lo mismo que la utopía, cuyo máximo valor está en saber que su núcleo fundamental reside en lo que niega, en el cuestionamiento de un estado de cosas existente, así como en la consciencia de que siempre puede frustrarse, los sueños son inverificables. No hay manera de someterlos a una contrastación. Sólo se pueden compartir como palabra o visión del otro, como aceptación en la confianza a partir de percepciones propias más o menos similares.

   El surrealismo abrió la vía, muchas vías, hacia la liberación del deseo. Y, desde luego, si pretendió ser un medio de liberación total del espíritu, tomó toda su fuerza, la que aún hoy mantiene, del papel central que confiere a las imágenes deseantes, como una visión de eros. En el fondo, ese es el mensaje secreto del surrealismo, una propuesta de liberación completa del deseo, en una vía que abren la poesía y las artes.

   En el surrealismo se invoca y evoca una reestructuración de la vida, por medio del ensueño, de lo entrevisto, de la imagen. Lo que se quiere, lo que se desea, es el cambio, una nueva vida que se acomode a nuestro deseo, y dado que esa nueva vida se alcanza a ver, aun de modo fragmentario, en los registros de la imagen, se afirma, de forma idealista, que lo que vemos vendrá, llegará a ser. Con esos ojos, abiertos a la vez tanto hacia dentro como hacia fuera, deben ser miradas y vistas las obras artísticas surrealistas que transmiten, tras un proceso de elaboración plástica, las imágenes del sueño. La imagen destella en la noche de los relámpagos, y por eso alienta de modo intenso en el sueño.

   La vinculación de la imagen con el sueño es crucial, porque soñar es una actividad eminentemente plástica, visual: soñamos con los ojos, vemos lo que soñamos. El sueño, la imagen, como componentes centrales de la vida. Ésta no puede quedar reducida, sin más, a "la realidad" que nos limita y coarta, a un mundo "mal hecho". No se puede renunciar a soñar, a ir más allá. Vivir es soñar.



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